Artículos
  Links     Noticias     Archivo     Opiniones     Multimedia     Entrevistas     Clasificados  
Técnicos
Generales
Viejas glorias
Menu:
Inicio
Indice
Publicar
Contacto

Cap. 7 - La edad dorada de los Pocitanos

Año: 1983
Lugar: Pocito, Pcia de San Juan >>
Banda de sonido: The Look Of Love, ABC >> / Promises Promises, Naked Eyes >>

Desde el principio de los años ochenta, mientras San Juan Capital iba perdiendo de a poco su mejor generación de corredores seniors -principalmente porque se estaban dedicando a formar una familia y forjarse un futuro (Antonio Gonzalez, Enrique de los Rios, Tito y Dante Morales, Carlitos Díaz entre otros), en un tranquilo pueblito hacia el sur empezaba a brillar con fuerza un grupo de estrellas.
Pocito es una de esas localidades sanjuaninas con alma e idiosincrasia propia, y su equipo de patín carrera lo reflejaba fielmente. Los denominados cariñosamente “yarcos” por los “chicos del centro” (habitantes de la ciudad) eran y siguen siendo una banda entrañable de buenos chicos… al contrario que varios de sus rivales capitalinos.
Corrían para el Club Aberastain. No sé de dónde salieron ni quién los formó, pero sin duda alguna tenían lo que hacía falta para llegar lejos. Se entrenaban por las desiertas calles pocitanas, superando kilómetro tras kilómetro interminables los campos de viñas y olivos. Incluso disponían de una especie de pista, el llamado “Poli”(deportivo): si se fijan en el mapa, verán que hacia la izquierda de la plaza central del pueblo hay un óvalo enorme (nunca supe si era un velódromo o un hipódromo… o las dos cosas). Ahí mismo verán dos canchas de básquet de cemento pulido, situadas perpendicularmente una con la otra, unidas por una estrecha franja lateral. Esa fue durante muchos años el simulacro de pista que tuvieron los pocitanos (y tuvimos unos cuantos) para prepararse a las curvas ajustadas de las pistas verdaderas.

El líder de los Yarcos y mejor corredor histórico era Víctor Atencio, flaco alto y fibroso de gran corazón (por ende, con mucho aguante). Sacó un par de medallas a nivel nacional, lo cual era un mérito notable ya que –como todos los demás- no competía en igualdad de condiciones contra los porteños y marplas. Buen mozo (según el estándar pocitano), educado, rico y simpático: podría haber sido un playboy pero se casó pronto y adiós patines. Su hermana nos volvía locolotos, lamentablemente tenía el grave defecto de no ser patinadora.
Por méritos deportivos, edad y carisma, el segundo de a bordo era el Petete Yvañez (el original). Aunque no se lo crean viéndolo ahora, él también era alto y flaco. Gregario y espalda de Atencio, en caso de necesidad podía perfectamente lanzar un ataque y escaparse… aunque nunca lo vi hacer algo así. Eso sí, patinaba mejor que sus colegas, con buen estilo y agilidad.
Le seguía en el orden natural de las cosas Andrés “Negro” Chaves, el mismo que hoy en día lleva adelante con tanto éxito el patín fueguino. Creo que también sacó algún podio nacional, y estoy seguro que en esa misma época llegó 2º o 3º en un campeonato argentino de cross-country. En efecto, a pesar de su apariencia actual, el tipo era un verdadero talento atlético, y me la juego a que si hubiera contado con los recursos necesarios podría haber llegado a ser un campeonazo de patín… Pero como la necesidad apremia, Andrés fue el primero de los pocitanos en abandonar las ruedas. Emprendió la carrera militar en el ‘84 y se marchó al sur para no volver.
El siguiente en la cadena de comando era el Negro Saavedra, que tenía toda la pinta de ser descendiente directo de Kunta Kinte. Si bien estaba limitado porque había empezado a patinar mas tarde que los demás, le sobraban huevos y disciplina: no era raro verlo primar en los trotes de entrenamiento que hacían arriba y abajo de las dunas cercanas. Siempre sonriente, siempre positivo, es tan bueno que a nadie se le hubiera ocurrido voltearlo en una carrera.
El mas joven de esta estirpe de campeones era Daniel “Flaco” Pelaitay, típico gringo cebollero que, por tener mi edad, se convirtió en un rival directo. Altísimo y con la fuerza de un caballo, me costó años, pero al final pude ganarle a él también! No tanto por mérito propio, sino tal vez porque el Flaco no pudo dedicarle la constancia que el deporte requería… de hecho pasaba largos períodos sin aparecer por las carreras y los entrenamientos, presumo empeñado con la cosecha famililar.

No fueron los únicos patinadores yarcos de la década, pero sin duda fueron los mas relevantes para la historia del patín sanjuanino. Con ellos compartí una sana rivalidad, viajes y aventuras inolvidables… pero lo mejor es que nos une una amistad que perdura hasta hoy.
A ellos también la vida los fue alejando del patín; no tenían esperanzas de propagar la especie debido a la carencia de mujeres sobre ruedas en ámbito local. Eso hubiera extinguido el patín pocitano pero por suerte Petete se casó con Verónica, a quien contagió la pasión por este deporte. Gracias a ellos se dio una segunda edad dorada pocitana en los años ’90 durante el boom de los patines en línea: desde entonces mantienen vivito y coleando el patín local con altos y bajos, contra viento y marea. Les sigue los pasos Petete Junior, quien además de ser el único pocitano campeón nacional y que llegó a competir en un mundial, tiene todas las cartas en regla para continuar la labor de promoción y arraigamiento del deporte en Pocito… siempre y cuando se siga capacitando y pueda contar con la ayuda de personas influyentes como el Intendente Sergio Uñac. Miren las vueltas que da la vida: en el mismo momento en que vivía andanzas patineras con los colegas yarcos, uno de mis compañeros de colegio preferidos era justamente el Flaco Uñac. A este hombre le debemos el último nacional federativo SERIO que se hizo en el país, siendo responsable en gran medida de que el patín pocitano siga resistiendo.
Gracias Flaco, ojalá algún día seas gobernador. O mejor presidente, así nos haces una pista homologada en Pocito, para que los patinadores naranjas vuelvan a ocupar el lugar que les corresponde a nivel nacional.

M. Bresin


Cap. 6 - La plaga de los Marplas dañinos
Cap. 8 - Una lección inestimable