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Cap.21 - Chile II, el regreso

Año: 1987
Lugar: Curacaví, Santiago, San Miguel, Peñaflor
Banda de Sonido:
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Europe - Carrie>>
Spandau Ballet - Through The Barricades >>
Duran Duran - Vertigo >>

Si se tomaron la molestia de leer mis anteriores relatos y les parecieron demasiado irreales, les aviso que este se sale de todos los esquemas! Por suerte quedan numerosos testigos vivos, si hiciera falta confirmación de las fantásticas peripecias que viví en este nuevo viaje a Chile…
La tercera edición de la Curacaví-San Miguel contaría esta vez con una nutrida delegación sanjuanina. El equipo pocitano estaba al completo, con Daniel Pelaytay retomando el lugar que le correspondía, habiendo sido yo promovido al poderoso team de Los Animales. También estaban Mariela Córdoba, Angel Ramos, nuestro team manager Reginaldo Jofré (con su maravilloso coche cabrio histórico) y varios de los chicos de las categorías inferiores: Adri Tabarelli, Susanita, el Pato y otros que no recuerdo porque pasé la mayor parte del tiempo en pedo o alucinando, como verán. Presente también una delegación de Malargüe, que venía creciendo a pasos agigantados.
Nos alojaron a todos en unas dependencias del estadio de San Miguel, situadas justo frente al mismo. Llegamos la tarde antes de la carrera, ni bien acomodamos las bolsas salimos a cenar con nuestros amigos y colegas locales. Durante el último año había perdido el contacto con mis pololas, en efecto Patricia me había abandonado por el Nero Saavedra, y a Ximena ni la ví… Mientras los mas chicos y los atletas serios se iban retirando a sus aposentos para descansar y prepararse a la dura jornada deportiva que nos esperaba, yo me quedé a gozar de una larga sobremesa con los veteranos sanjuaninos, el Tito y los capos chilenos. Cerveza va, pisco sour viene, terminamos con un pedo descomunal. Volviendo a casa sobre las 2 o 3 de la madrugada, no sé que le dije a Ramos que no le gustó o que le hizo gracia, con lo que me gané un manotón en la nuca que me hizo rebotar toda la jeta en la pared. Quedé masticando pedacitos de algo sólido, por suerte descubrí que no eran dientes sino trozos de ladrillo… Ese mamporro me dio un poco de lucidez y noté que el Tito estaba charlando con dos minitas a la entrada de un local bailable por ahí cerca. Me acerqué: tal vez por mi carisma natural o por el chamullo del Tito, conseguimos terminar con ellas en un telo! A mí me tocó la petisita dulce y muy bonita, el Tito se quedó con la flaca alta que parecía tener mas carreras corridas. A pesar de la borrachera descomunal (la segunda en toda mi vida), me esmeré en cumplir con mi deber de patriota y dejar en alto la reputación cordobesa: por lo que recuerdo no me fue mal. Mientras descansábamos con la petisa, alguien golpeó la puerta: el Tito y la flaca proponían un cambio de pareja. Faltaría mas, pase usted y póngase cómoda señora! A todo esto seguíamos chupando las botellitas de licor que encontramos en las habitaciones… Estando en plena faena con la flaca sonó de nuevo la puerta: la petisita calculó que la mole del Tito (100 kilos y la yapa) era demasiado para ella y pidió ser devuelta al remitente. Dame un momento y enseguida te atiendo, tesoro! Pero a esta altura el alcohol, el cansancio y la excitación empezaron a cobrar rédito, y a partir de eso no recuerdo mas nada. Me cuentan que aparecimos sobre las 7 de la mañana despertando a todo el mundo, el Tito llevándome a rastras y yo gritando sandeces y lamentándome por no haber podido echarme mas de dos o tres polvos…A las ocho en punto vinieron a buscarnos para llevarnos a la línea de salida en Curacaví, un viaje de casi dos horas durante las cuales dormí echado en el suelo del ómnibus (no sé como llegué hasta él).
Todavía en los límites de la inconsciencia me calcé los patines y me dispuse a largar. Ahí fue cuando, después de un año entero, volví a ver a Ximena. Me pareció todavía mas guapa con el pelo cortito! Y ese es el último recuerdo que tengo hasta la maldita cuesta del final de la primera etapa de la carrera. Jodida tortura! Creo que hasta ví pasarme a alguno de los de Malargue, que conseguían superarme por primera y última vez. Para la segunda etapa ya estaba por fin despierto, muy despierto. Tanto que después de varios ataques nos fugamos con el Galo y le sacamos buena ventaja al grupo, pasando la línea de llegada juntos y sumando muchos puntos para nuestro equipo. En la tercera etapa los chilenos trataron de recuperar pero fue demasiado tarde: en la general la victoria fue para Oscar Contrera, Pancho Fuentes segundo y si no erro Galo tercero. Yo quedé en un honorable 5º puesto, nada mal considerando que todavía estaba en juveniles.
La celebración fue casi idéntica al año anterior: alegría, autógrafos y minas! Pero mientras mis compañeros de viaje se aprestaban al regreso, a mi me llegaron varias invitaciones para quedarme unos días mas. En aquel tiempo, siendo menor de edad, para hacer este viaje necesitaba un permiso para salir del país de tal fecha a tal fecha, y en teoría no podía extender mi estadía… Increíble pero cierto: los chilenos me hicieron un certificado, firmado por el alcalde (o presidente federal, no recuerdo) alegando que se me había invitado a dar charlas y cursos técnicos debido a mi “trayectoria deportiva internacional”, y con eso pude resolver el problema burocrático que se me habría presentado en la frontera. Que tul? Jamás pedí permiso a nadie para ausentarme por tanto tiempo, solo les mandé a avisar a mis familiares por medio de mis compañeros que volvería cuando me diera la gana.
Los primeros días los pasé en la casa del asistente de Nacho de los Ríos, a quien ruego me disculpe por no recordar su nombre: un hombre de una bondad y gentileza fuera de lo común, con una familia hermosa. Resulta que la primera noche, durante la cena, una chica que vivía con ellos (no recuerdo si pariente o empleada), apenas mas grande que yo, me observaba de manera extraña. Llegada la hora de acostarnos, justo cuando me estaba por dormir, noto que se abre la puerta de mi habitación y alguien entra sigilosamente. La muchacha de mirada penetrante se metió en mi cama, y lo volvió a hacer durante dos o tres noches mas, imagino que tenía insomnio… Hasta que los dueños de casa se dieron cuenta de lo nuestro y me asignaron un nuevo alojamiento: la casa de Andrés Maturana, gran amigo ciclista. Ahí no podía hacer mayores daños porque había solo un par de adorables niños… No obstante, con Andrés y sus compadres ciclistas pasé unos días inolvidables. Una mañana me dijeron “ponte los patines y vamos a entrenar po, guagua”. Ellos tiraban en sus bicis, yo pegado atrás. Entramos por una autopista, nos pararon los carabineros y casi me secuestran los patines, rodamos por lo que me pareció una infinidad de kilómetros y al final llegamos a un bonito pueblo llamado Peñaflor. Bebimos un par de vinitos locales y emprendimos la vuelta a Santiago inmediatamente: fueron algo así como 90 km todos seguidos (salvo las breves paradas de policía y vino), la mayor distancia que había patinado en mi vida!
Una noche estábamos paseando por un parque en el Fitito de Andrés… ya me habían llenado el tanque con buena Pilsen y veníamos matándonos de risa. Por ahí se detienen en un espeso bosque y, al cabo de un momento de tenso silencio, salen corriendo del coche y me dejan encerrado atrás. Fue un instante aterrador, pensé que llegarían los milicos y me harían desaparecer en las mazmorras de la dictadura… en cambio apareció una vieja gorda y desdentada, que se metió de un salto en el Fitito y se me abalanzó encima, dejándome sin posibilidad de fuga. Me bajó la bragueta y me hizo aquello por la que los dos tránsfugas de mis amigos le habían pagado para hacerme, mientras ellos se desternillaban de risa ahí al lado. Mas risa les dio cuando les comenté las bondades del sexo oral sin dentadura, dispensado por la que bien podría haber sido la hermana gemela de Enrique Pinti…
Se vé que Nacho consideró que los ciclistas me estaban pervirtiendo demasiado, por lo que me llevó a pasar unos días a su casa, en compañía de su agradable familia (esposa e hijo). Con él asistí a mi primer concierto y a un partido del mundial juvenil de fútbol que se disputaba en esos días en Santiago. Además gracias a Nacho conocí a una banda de adultos sumamente simpáticos, con los que tuve un primer contacto con las drogas (ellos, yo no porque soy deportista), y entre otras diversiones prohibidas para menores tenían la afición al puticlub: no sé como lograron hacerme entrar en uno! Por fin, ya dándome por enterado que al tercer día el huésped empieza a oler mal, me trasladé definitivamente a una de las oficinas del estadio de San Miguel.
De día paseaba o entrenaba, de tarde iba a la pista del parque O’ Higgins a darles cátedra a los chicos (por lo cual me daban unos mangos), o a pololear con Ximena, que en su inocencia no tenía idea de las que armaba por la noche con mis compinches. Y así pasé sesenta días, ocho semanas dos meses… de joda, patín y lujuria.

Al regresar a San Juan, dos mujeres no me hablaban: mi hermana –diría que con razón- y Carina, porque alguien le contó mis andanzas chilenas. Con el tiempo supe hacerme perdonar. Y quién me quita lo bailao?

M. Bresin


Cap.20 - Bella Vista, fea bosta
Cap.19 - La maldición rosarina