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Cap.19 - La maldición rosarina

Año: 1987
Lugar: Rosario
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Con la visita de un importante equipo chileno, mas los veteranos locales que iban volviendo a la actividad, los pocitanos que seguían dándole y los chicos que conseguíamos entusiasmar con el Tito Morales, el patín sanjuanino empezaba a experimentar un resurgir entre fines del ’86 y principios del ‘87. Nuestro grupo, que originalmente consistía en el Tito y yo, fue creciendo hasta que llegamos a ser unos 15 o 20, entre los cuales se contaban las hermanas Tabarelli (si, también Carina estaba regresando), los hermanos Rosales, el “Chimbeño”, mi compadre Jorgito Rodriguez, el “Pato” y su hermanita “La Chilena”, el Flaco Sánchez (cuya hermana nos ponía a mil), y el insustituible Buby Suarez. El que faltaba era mi sobrino Pucará, que se había ido a Europa a pasar una temporada jugando al hockey en España y corriendo en Italia.

En el otoño se disputó una carrerita cerca del hipódromo sanjuanino, ganada por Oscar Contrera, seguido por el Galo Herrera y un servidor: fue la penúltima carrera que no gané a nivel local ese año, porque el sabio entrenamiento del Tito me hizo imbatible. Pocas semanas después empezaría el campeonato sanjuanino, que duraría toda la temporada y consistía en dos carreras por fecha en la pista del Huarpes. Tercera, juveniles y mayores corríamos todos juntos… y confieso que me sorprendió un poco ganar la primera fecha, aunque semana tras semana me fui sintiendo mas seguro al ir ganando carrera tras carrera.

Mi progreso fue notado por ciertas autoridades, y gracias a la intercesión de mi gran amigo y mentor Salvador Puzzella, conseguí obtener lo impensable hasta ese momento: un patrocinador! Mi club, el glorioso Olimpia de Trinidad, se haría cargo del costo de mi pasaje para el próximo torneo nacional, además de vestirme con una camiseta oficial (moderna, brillante, hermosa!). Pero en casa Riera, que hasta ese momento no demostraban mas que indiferencia hacia mis proezas deportivas, se desató un drama de cinco minutos. Al comunicar esta gran noticia, mi hermana se limitó a declarar: “vos no vas a ningún lado”. Así, porque sí y sin mas! La relación llevaba tiempo deteriorándose, pero esto desató en mí la rabia ciega que me mueve frente a la injusticia (desde chiquito). Aunque nuestros padres estaban viviendo en Italia y me encontraba a su cargo, me rebelé contra mi hermana y le expliqué, con mi mejor cara de malo y voz dura, que no disponía de suficientes armas nucleares como para detenerme… ante la atónita mirada de mi cuñado. Nunca supe porqué se le saltó la chaveta así a mi hermana, pero ya no importa porque hace rato que la perdoné.

Así las cosas, a principios del invierno del año 1987 me subí a un flamante bondi de Del Sur y Media Agua en dirección a Rosario, cargando con la ilusión y preparado para enfrentarme ya sin temores ni aprensión a los potentes equipos adversarios. Aumentando mi autoestima y alimentando mi ya infladísimo ego, durante el largo viaje en el bondi conocí e intimé con una mina varios años mas grande que yo (mis preferidas). Por las dudas escondí bien la billetera! Me dejó su dirección (algún perdido pueblo en la provincia de Sta. Fé) pero nunca mas supe de ella.
Como comprenderán llegué a destino bastante electrizado, listo para comerme vivos a los porteños y marplas… o por lo menos a alguna porteña o marpla. El resto de la delegación sanjuanina ya estaba allí, llegada en varios coches (unos quince corredores en total, creo). Nos alojamos en unas dependencias deportivas de la municipalidad que ya habíamos usado antes y que usaríamos nuevamente en otra oportunidad. Hacía frío pero no era para tanto, aquel primer día del nacional de pista. Probamos ruedas, me sentía mejor que nunca… en las carreras cortas les iba a dar guerra a mis adversarios.
Como es tradición largamos primero las contrareloj, y como era habitual las primeras plazas se asignaron en base al relojeo (debo haber quedado 4º o 5º). A continuación venían las baterías de quinientos: gané fácilmente mi batería y pasé a semis. Ya de noche, la semifinal tendría que habérsela ganado a un grandote llamado Germán José, muy buen patinador rosarino (los demás de la serie eran neuquinos o porteños de calidad inferior). Largamos al mango, rápidamente nos distanciamos Germán y yo del resto. Anduvimos mano a mano un par de vueltas, cuando a falta de una curva y una recta… se me parte el tornillo del tren delantero del puto chasis Galaxy!! (no era la primera vez, ver acá >>). Increíblemente logré mantenerme en equilibrio sobre un solo pié durante media vuelta, a pesar de venir picando a la máxima velocidad… pero los demás me pasaron sobre la línea de meta y quedé afuera de la final.
El embole no me duró mas de diez minutos, porque había traído un tornillo de repuesto (justamente en caso de que volviera a pasarme), no estaba herido, y visto los resultados del día me sentía en condiciones de brillar en las próximas carreras… Soy un tipo optimista, que querés que te diga.

Pero nunca fue mi destino ser campeón argentino. Amanecí con una fiebre de caballo, engripado hasta el alma. Las madres de nuestra delegación se ocuparon de mí con paciencia y cariño; intenté levantarme para ir a correr pero ellas me lo impidieron con firme dulzura. La fiebre llegó a ser tan fuerte que empecé a desvariar y alucinar. Me cuentan (porque yo juro que no lo recuerdo) que intenté seducir y hasta violar a la señora Rosales, una muy atractiva mujer madre de tres chicos adorables. Aprovecho esta oportunidad para agradecerle a ella y a las otras chicas por los cuidados que me prodigaron en aquel viaje. Seguí enfermo hasta finalizado el torneo y mas allá, de hecho tuvieron que dejarme solo en aquel albergue, y confieso que si no hubiera estado endurecido por varios acontecimientos en mi vida, me habría sentido sumamente desamparado y solo. Pero se apiadaron de mí y en la premiación (a la que asistí bastante maltrecho) me otorgaron –por puntaje o lástima, supongo- la quinta plaza en la general, por lo que gané un bonito trofeo (los había solo hasta el 5º lugar!). Alguien se ocupó de cambiarme el pasaje para uno o dos días mas tarde del regreso previsto, y don Carlos Castro (padre), gran dirigente y mejor persona, vino a buscarme y me llevó a su casa. Allí me trataron como un príncipe, solo que la primera noche no pude dormir sabiendo que en la pieza de al lado estaba acostada la mega diosa de la Normita! La segunda noche tampoco dormí, porque me sacaron de joda Carlitos Castro, Ariel Carbone y Jorgito Bisignano. Cuando salimos todavía tenía fiebre, al regresar esa madrugada juro que ya estaba curado! Nos colgamos de un camión en marcha, tomamos cerveza, vandalizamos un poco el Monumento a la Bandera, meamos desde una torre… en fin, un cago de risa total.
Gracias a la familia Castro, a Jorge y Ariel: convirtieron en inolvidable un torneo que casi hubiera preferido olvidar!

M. Bresin


Cap.21 - Chile II, el regreso
Cap.22 - Marplatenses ladrones!